Al hablar en los zapatos de mujer,
me sobrecogen millones de palabras
metáforas, cabezas coronadas
símbolos de la femineidad.
Mas hoy, haré cita a la decisión de
ser mujer.
Yo, ella, Catalina,
no necesita contarnos por qué es más
delicada y sutil
que el eco de una gota.
Como una geisha occidental de cabellos
ondulados,
como una Paris Hilton sudaca
o sólo el hombre de una ciudad
provinciana,
de un país tercermundista
quien opta contrariar la cédula
ya arañada con burlas en el reverso.
No necesita contarnos.
Ella hace honor con su cuerpo
pleno de gestos estrógenos,
en la valentía opaca de ser una res de
ganado
repartido por un buffet de abogados
algunos viernes por la noche
o en la barcacoa de la Cámara de
Diputados.
Ella evoca una doble mujer
amamantando ficticia
el dolor oculto entre abanicos de
ternura maternal.
Muestra rechazo fetichista en las
espinas de sus tacones
y la fortaleza guerrera del cutis
maquillado.
Se adorna triste porque "eso hacen
las mujeres"
sedientas de admiración selenita e
infecunda;
No obstante, traga todos amargores de
la incomprensión
con sonrisa amplia de Afrodita
Transvestida.
Y lanzo una carcajada de manos
homenajeando el regocijo en su rostro
al ser saboteada con morbosas miradas
escondidas bajo la mesa.
La madre naturaleza ha dejado un
recuerdo genético en ella:
“Todos queremos ser mujer”.
Catalina destruye con su manicure el
apelativo de “sexo débil”
y testimonia con su lienzo intervenido
los devenires de perfección en un
mundo afeminado.
Levanta en protesta al Padre Celestial
su cuerpo mutilado por el prójimos
su rostro avergonzado
de ver noticias en televisión,
sus ojos que han visto
la imagen más horrenda
de la segregación;
Sin embargo, no es recelosa
y cuelga en su cuello un crucifijo.
Y lanza llena de dicha una carcajada de
manos
al dolor de sentirse al fin, una mujer.
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