Me encontré de pronto tras una larga
carrera
batiendo un salteado de pollo,
algunos ingredientes más
y la pizca justa de sazón
que conserve la neutralidad de todos
los sabores.
A mi lado una ciudadana chilena
nacida en La Paz, Bolivia y un joven
cubano...
El desorden de acentos es delicioso,
las medidas dispersas y los
tiempos revueltos
los sinónimos corren, algunas palabras
se detienen
me saludan, se saltean, se sellan en mi
cabeza.
¿Qué
hiciste esta tarde Germancito?
preguntó la hoya del Titicaca
y yo, comienzo a saltear y batir
la lengua
-Estaba en una reunión con unos
amigos,
para un festival de arte bizarro
que será en noviembre, se llama Sarna
Festival-
¡Qué
bonito!
exclama artificial y maternalmente,
casi por entera ternura la mujer a mi
costado.
Me vi, mariconeando la lengua, contando
entretelones
que por cierto
a ninguno de mis interlocutores
importaba.
Ensalsado en la tela y su rocío
me vi, de un candelazo
involucrado también a las playas del
caribe
a la cumbia peruana que sonaba en el
parlante.
Me vi, mariconeando tan natural
tan lleno de sabor, tan risueño ante
las huevadas
del puñeta del cubano popular,
tan cosmopolita en mi pueblo,
tan a medio comprender,
tan lleno de alegría al cambiar una
tiranía por otra
una pobreza por otra.
El plato ya listo:
el pollo sellado con vino blanco y
salsa de soya
los champiñones, callampas, morrongas,
o el nombre que hoy se antoje
la crema ya espesada con maicena,
los camarones ecuatotianos ahora
rosados
y los palmitos que tanto sorprendieron
a mi compañero
-Cuba está llena de palmeras, y no hay
palmitos-
¡Está
listo!
digo aflautadamente mirando a los ojos
al nuevo garzón.
Toma el plato riendo nervioso
y lo detengo...
-El mariconeo-
El toque
verde
el cilantro picado
-Ahora sí-
Merci beaucoup.