lundi 15 juin 2015

Cierta noche

Podría empezar este relato, como cualquier otro, por el comienzo por ejemplo.
Lo cierto es que no recuerdo mucho y mis neuronas están un poco sobrecargadas de tareas inútiles, por ello considero mucho más objetivo comenzar por el final.
Se conectaron la memoria a corto y a largo plazo, la sensación de realidad y mi cerebro.
No me atrevería a escribir que desperté porque ya estaba despierto, me hallaba en mi casa, en mi habitación, en mi cama, sobre un hombre (en la posición sexual que si se me permite, es la que menos me agrada), totalmente entregado al juego más común los domingos por la madrugada.
Lo inusual sin embargo, era el hecho de que sólo recordaba el momento en que saludé a mi compañero de travesuras pornográficas.
A mucho esfuerzo logré articular palabras sueltas que pronuncié con la respiración cortada rítmicamente.
-Sorry, pero no recuerdo nada-
-¿Nada de qué?- Respondió gustoso a mi resurrección repentina.
Debo agregar que si bien es cierto no dejé en absoluto de besar y tocar el cuerpo (que al parecer había traído a casa por voluntad propia), lógicamente cambié la postura (que al parecer me trajo desde el coma etílico a la realidad por pura incomodidad).
-Mmm, es que, como que no recuerdo nada desde que te saludé, no digo que no me gustes, onda, por algo estás acá… Pero no sé- La adrenalina transportó las palabras exactas por instinto
-Tampoco recuerdo si quiera haberte besado por primera vez- (No recordaba ni su nombre)
-Ehhh, cuando me fui a despedir de ti, tú me besaste – Era evidente que disfrutaba saber que yo no recordaba nada -¿En serio no recuerdas nada?-
-No, no recuerdo nada-
-¿Nada?-
-Nada-
Los movimientos se tornaron más rápidos, más certeros, se respiraba el aire denso, extrañamente no olía a sexo, más bien olía a respiración, a respiraciones a muchas bocas, a miles de pulmones. Era evidente que venía el final, por lo tanto me preparé psicológica y estimuladamente para aquel suceso. Realmente lo disfrutaba y a él también. No había tiempo para pensar y habíame percatado de la canción que sonaba a un prudente volumen para asfixiar cualquier otro sonido con “Strange Days” de los Doors.
-Germán, ¿Dónde boto esto?- Sacándome del trance délfico, apuntaba un condón eyaculado
-Por ahí, déjalo ahí- Ni si quiera sabía que me había cuidado de esa forma
Se levantó y prendió la luz, mientras yo continuaba en la cama, al encenderse los faroles blanquecinos de mi zócalo obscuro pude corroborar el hecho ya corroborado de no recordar absolutamente nada.
Mi cuarto se proyectaba más o menos así, yo sobre la cama, donde no había nada más que una almohada y una sábana, cercanos a la cama los zapatos, al menos unos cuatro pares, tres míos y uno de “él” dos vasos con algún líquido cafecino que probablemente (y así resultó ser) ron y bebida blanca( para evitar resacas). También hallábanse en mi desorden sus ropas entre las mías y una guitarra eléctrica cola de pescado, de color negro con un pequeño papel pegado que a causa de mi miopía no pude distinguir de qué era. Por cierto eran cientos las colillas sobre el piso, por ahí y por acá se repartían también los escombros de un par de copas, una botella de vino abierta, a lo lejos en el piso y de igual manera se encontraban mi bolso (cartera) y su mochila (o lo que fuese), mis llaves en la mesa de vidrio y la puerta cerrada con precisión piramidal.
Pude certificar mi buen gusto, cuando al cambiar de ángulo vislumbré su cuerpo totalmente desnudo, aún semisudado, aún con el cabello enmarañado, aún erguido y erecto.
-Debo irme- Dijiste exclusivamente con los ojos
-Ok- Respondiendo rápida y ajenamente a tu no pregunta
Comencé a aterrizar en la circunstancia en que me veía enlazado, no sentía culpas, más bien asombro, esperaba en cualquier momento saliera un ocelote desde bajo la cama o un pingüino Humbolt desde del refrigerador.
-Chao, nos vemos- Te dije dentro de la puerta de mi casa
-Nos vemos-
Era una mentira.
Y al volver a mi trinchera pude observar la magnitud del caos, esquirlas por doquier, los cadáveres de unos misiles abandonados… Y algún otro malherido en la alambrada de púas.
Mientras me sentaba en el borde de la cama con cuidado de no dejar huellas en la evidencia, pude obtener un pequeño y fugaz recuerdo de la noche anteriormente acaecida (La primera de las tres revelaciones de Fátima), en él, se oía “Immigrant song”, iba en un auto con un vaso de vidrio helado en mi mano izquierda y en la derecha un cigarrillo, botaba las cenizas por la ventanilla del copiloto, a mi lado “él”, en los asientos traseros nadie.
Fue una epifanía que enloqueció varias de mis posesiones, todo parecía un cuento de hadas a punto de terminar en un choque fatal, en un volcamiento estrepitoso hacia el mar de los olores del hambre.
Me puse de pie, encendí un cigarrillo (de pie), caminé hasta la habitación de mi hermano, a unos metros de lejanía, abrí su puerta con brusquedad al parecer estaba ansioso de verme, no por mi rectitud, contrariamente a ello, su cara de reproche por algo que yo en mi defensa mental fácilemente podía declararme inocente. Lo conozco lo suficiente como para no necesitar palabras, sólo me desplomé sobre su cama y pregunté
-¿Qué pasó ayer?-

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