mercredi 8 juin 2016

Una flor se subió arriba de un cajón

Tuve un sueño de esos que son con música. Desperté tarareando una canción de una flor que subía y bajaba de la cama.
Era mi nueva casa de Santiago, el clima era frío y mi mamá tenía miedo que nos enfermáramos por no estar acostumbrados al clima. Por lo mismo, no nos dejaron a mi hermano y a mí que compartiríamos un habitación, tener alguna con ventana a la calle.
Yo estaba feliz, de igual forma, compartiría la habitación sólo con mi hermano, tenía un piso de verdad, para tirarme encima sin ensuciarme, para extender a lo ancho de mi mundo un mapa.
La paredes eran de cemento y el comedor quedaba separado de la cocina.
Nuestro cuarto al fondo y con sólo una ventana que daba al patio de la vecina.
Ella tenía un galpón enorme con techos de vigas expuestas, donde guardaba y teñía flores sintéticas. Era una imagen hermosa ver los tambores llenos de líquidos de colores, violeta, amarillo y rojo, etc. Las flores arrumadas en algún muro despedían un olor maderoso y húmedo. Los mosquitos eran muchos y los zancudos chupa sangre entraban nada más al abrir la ventana, cosa que a mi madre no le gustaba. Y nos prohibió abrirla.
Ahora que recuerdo borrosamente la atmósfera de esa casa, concuerdo con mi madre, hermana y abuela, quienes en ningún momento quisieron mucho el lugar. Un poco estrecho y daba a una avenida concurrida, sabemos lo del ruido y los autos y los testigos de jehová, comunes en los barrios marginales. Haciendo memoria, mi hermana en la habitación de al lado escuchaba Led Zeppelin, algunas cajas aún estaban cerradas, y el colchón del camarote de arriba aún no llegaba, teníamos que dormir mi hermano y yo juntos en la cama de abajo, mirando las vigas de madera expuestas. Imaginando que estábamos dentro de una jaula, o que esas vigas eran los puentes de algún muñeco de moda.
Tenía un pequeño jardín con rejas a la calle tapadas con una especie de lámina metálica. Justo en medio y rodeado de cerámicas en forma de ajedrez, un escuálido limonero al que jamás le maduraron los frutos.
Son muchos los amargos momentos que esa casa le dio a mi mamá, tan amargos como los motivos que la motivaron a irse de Antofagasta, a ella el mundo se le volteó, con tres hijos, y la secundaria incompleta. Ya no había más que hacer ahí. Eso bien lo entiendo ahora, fuera, lejos, acá.
Hay pocas fotos de la casa que nos acogió menos de un año, todas envueltas en la misma fría y brumosa atmósfera. Celebraban un cumpleaños, mi abuela tomaba vino y mi madre café, se ve un pastel en medio, que no sé de quién es, yo y mi hermano no estábamos por su puesto.
Recluidos en la habitación, con la ventana abierta respirando el olor de las flores sintéticas, en mi piso nuevo, en mi habitación nueva, con el globo terráqueo encendido, jugando con una flor, mirando mi jaula y cantando:
Una flor se subió,
arriba de un cajón.
Cuando el cajón se movió,
la flor se bajó.

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